La vida es una sala de espera
Qué gusto tenerte aquí de nuevo. Para mí, es estimulante que me leas, y te agradezco por hacerlo.
Desde el momento en que nacemos, vivimos en una constante sala de espera, siempre anticipando la muerte. Pero en esta sala de espera hay muchas necesidades que necesitamos satisfacer antes de dedicar tiempo y esfuerzo a explorar nuestras posibilidades y desarrollar nuestros talentos.
La “prueba final” de la vida está en el desarrollo de nuestros talentos. Pero para lograrlo, primero necesitamos resolver nuestras necesidades. Lamentablemente, muchas personas dedican tanto tiempo a resolver sus necesidades que no les queda espacio para buscar oportunidades que les permitan desarrollar su talento.
Si observas detenidamente, verás que mucha gente trabaja para satisfacer sus necesidades, pero no para realizarse. El problema de quedarse atrapado en esta dinámica es que uno “reprueba” en la vida. Cuando tu espíritu percibe que estás “reprobando,” te envía crisis, dolor o acontecimientos misteriosos para hacerte reaccionar.
Para estas personas, el trabajo no es un proceso de realización personal; es simplemente un medio para pagar las facturas: deudas, televisión, el coche, la casa, los muebles, o incluso la consola de videojuegos. Para desarrollar tu espiritualidad, primero necesitas resolver tus necesidades básicas. Si tienes hambre, difícilmente podrás filosofar o desarrollar talentos superiores.
La realidad es que nos vamos de esta vida temporal, y la muerte es ineludible. La cuestión no es si moriremos, sino qué estamos haciendo y cómo vivimos mientras tanto.
Es importante recordar que, además de trabajar, existen otros verbos que deberíamos conjugar en la vida: podemos danzar, nadar, correr, esquiar, amar, admirar y enmendar el daño hecho. La calidad de vida es mucho más importante que la cantidad de años; lo que importa es lo que has aportado, los regalos que has dejado a la humanidad y cómo has impactado a las personas a tu alrededor.
¿Qué contribuciones has hecho a la ciencia, la cultura, el arte, la sociedad, la política, la economía o el deporte?
Yo creo que nacemos una vez y morimos una vez. Respeto a quienes creen en la reencarnación, como el filósofo existencialista Nietzsche, que habla del eterno retorno, o Brian Weiss, quien explora la idea de otras vidas en otros mundos. Pero en general, nos educan para producir y consumir, no para realizarnos, resolver nuestras necesidades y desarrollar nuestros talentos, aprovechando las oportunidades.
Vivimos en una cultura que nos hace creer erróneamente que no existen límites y que somos todopoderosos. Esta creencia genera expectativas desmesuradas y, en consecuencia, mucho dolor al darnos cuenta de que la realidad es diferente. Una conocida marca deportiva dice: “imposible es nada,” pero en realidad sí hay imposibles.
No puedes regresar a ser bebé, niño, adolescente, joven, ni siquiera puedes retroceder un solo día de tu vida. Estos son límites que debemos respetar para evitar el sufrimiento. La muerte de seres queridos, el paso del tiempo, el día y la noche, el clima, la escasez de agua… Todos son límites reales. La conciencia de estos límites nos hace libres y nos enseña a ser respetuosos.
Llegará el día en que tal vez ya no puedas levantarte, correr, comer o platicar. Por eso, carpe diem, disfruta la vida mientras la tienes, porque algún día se irá. Nos deterioraremos aunque nos cuidemos.
Séneca decía que, si pospones lo fundamental, el mañana será desastroso. Cuando dices “le pediré perdón mañana,” “saldré a correr mañana,” “aprenderé inglés después,” estás tomando la peor decisión para alguien que quiere un presente espectacular y un futuro mejor que su pasado.
Cada duelo es diferente. Cuando pierdes a un ser querido, nadie lo sufre igual. Ni siquiera tus hermanos sienten lo mismo al perder a un padre o madre, y mucho menos tus amigos. Tus seres queridos intentan ayudarte mentalmente a superar tu dolor, pero lo que realmente necesitas es compañía en tu sufrimiento, algo que solo puede brindar el corazón si está abierto y dispuesto.
Desgraciadamente, la mayoría de las personas hacen caso a lo que su “mente que miente” les dice. De ahí que escuches frases como: “no es para tanto,” “ya fue suficiente.” Estas personas buscan eliminar tu dolor porque no logran entender tu experiencia. Desde el corazón, le dirías a alguien: “estoy aquí para acompañarte, para cuidarte, para comprenderte, para animarte.” Estos verbos no los conjuga la mente que miente.
En la época moderna, existe poca tolerancia, y el problema central está en el maniqueísmo: “yo todo lo bueno, tú todo lo malo,” “yo tengo razón, tú estás equivocado.” Este es un enfoque puramente mental, basado en líneas paralelas que nunca se tocan. Así, puedes estar junto a una persona y sentirte como dos desconocidos en el mismo cuarto, incluso en la misma cama, y sin embargo, llamarse esposos.
Gracias por leerme.