
Una anécdota de mi vida
Cuando estaba en primaria, no podía sacar buenas calificaciones debido a mi falta de desarrollo de la memoria. Recuerdo que muchos profesores les decían a mis papás —o comentaban entre ellos— que mi “problema” era que siempre quería llamar la atención con travesuras, ya que no lo lograba con mis notas.
Pasaron los años. Reprobé tercero de primaria y, tras varios regaños, entendí algo importante: tenían razón. Pero también descubrí que llamar la atención no es un problema… es una habilidad. Y hoy, justamente eso es lo que debemos dominar como profesionales.
Lo que me profesionalizó fue mejorar mi manera de llamar la atención. Usé mi creatividad para fortalecer mi memoria y, desde la secundaria hasta mi Ph.D. en conducta humana, alcancé excelencia académica. Así, me enfoqué en que me vieran no solo por mis conocimientos, sino por mi creatividad para aplicarlos y comunicarlos. Además, comprendí que podía ayudar a otros a lograr lo mismo que yo. Eso se convirtió en un superpoder que ahora uso en mis talleres, pláticas y retiros de tres días.
La clave está en que no se trata de buscar cualquier tipo de atención, sino la correcta: la del público adecuado y con un propósito claro.
Al final, todos estamos en el mismo negocio: generar atención y transformarla en resultados. Sin atención, no hay oportunidades; sin oportunidades, no hay negocio.
El que no llama la atención, no hace negocio. Y hacer lo mismo que todos no te distingue.
El que no distingue… se extingue.
Así que la pregunta clave es:
¿Cuánta atención estás generando y, sobre todo, cómo la conviertes en valor para tu negocio?
Ahí está el secreto. Si quieres convertirte en un hombre de negocios, únete a mí para desarrollar tu capacidad de llamar la atención sin perder tu esencia.
Gracias por leerme.